¡Feliz Pascua de Resurrección! Muchos podrán pensar que el saludo y el deseo llegan atrasados... ¡Es verdad! El Domingo de Pascua fue hace cuatro días. Pero, la Pascua de Jesús no es sólo un acontecimiento cronológico que se agota en el tiempo... ¡Es vida nueva! ¡Es presencia viva! ¡Es realidad que se hace nueva cada día!
Los que, por el ministerio sacerdotal que Dios nos ha regalado, tuvimos la posibilidad y la dicha de presidir las celebraciones de las comunidades en esta Semana Santa, pudimos ser testigos de la sencillez de la fe y de la esperanza de nuestra gente, de sus ganas de escuchar, aceptar y seguir a Jesús Resucitado, y de su compromiso de vivir y anunciar lo que celebramos a quienes todavía no lo conocen.
Pudimos vibrar con los que aclamaron a Jesús con palmas y con ramos como “el que viene en el nombre del Señor” y expresaron su deseo de seguir reconociéndolo como maestro, como “camino, verdad y vida”, como criterio fundamental de sus opciones y decisiones. Pudimos ser testigos del arrepentimiento, del deseo de cambiar y de ser más fieles y auténticos seguidores de Jesús de los que se acercaron con humildad al Sacramento de la Reconciliación. Pudimos renovar la invitación a ser comunidades servidoras expresada en el gesto del lavado de los pies, en la reafirmación del mandamiento del amor y en la acción de gracias por la Eucaristía y el ministerio sacerdotal. Pudimos vibrar con el esfuerzo por “llevar la cruz” de Jesús y de los hermanos de los que recorrieron las calles y plazas de nuestras ciudades en los Vía Crucis. Pudimos ser testigos de la alegría por la buena noticia de la resurrección, por la certeza del triunfo sobre el mal, sobre la muerte, sobre el pecado.
Pero todo eso -lo vivido y celebrado en la Semana Santa- no ha terminado. El compromiso continúa. La vida sigue. El desafío es permanente. Nuestras vidas siguen siendo llamadas a renovarse cada día o cada semana, en la celebración dominical, ese mismo encuentro con el Jesús Rey humilde, con el Jesús servidor, con el Jesús que da la vida, con el que Jesús que “pasó haciendo el bien”.
Por eso la Pascua no pasa. Por eso es proyecto de vida a construirse día a día, todos juntos, entre todos. Será de verdad una Pascua feliz si seguimos haciendo camino, si creemos que Dios está con nosotros, que el bien será siempre más fuerte que el mal y que su Luz, tarde o temprano, terminará iluminando y dando sentido nuevo a nuestra la vida y a nuestra historia.
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