La obesidad del espíritu


En la vida humana hay una unión entre el cuerpo y la mente de tal naturaleza que, para existir, es preciso alimentar ambas realidades. Es verdad que la nutrición del cuerpo genera la energía que necesita el espíritu. Pero el espíritu  requiere, además, su propio alimento. Sin embargo, parece que, en los últimos tiempos, no estamos dando al cuerpo y al espíritu el sustento más adecuado.

Ahora se está comiendo, por lo general, mucho más, peor y más deprisa de lo que convendría. Cada vez precisamos menos sustento, como consecuencia de la vida sedentaria que llevamos. Y, sin embargo, en lugar de haber reducido la ración que ingerimos a diario, tomamos bastantes más alimentos de los que precisamos. El desacierto es todavía mayor al elegirlos: en lugar de una dieta equilibrada, consumimos en exceso lo que menos necesitamos. Y por si todo ello fuera poco, apenas dedicamos tiempo para comer lo que se necesita. No es, pues, una casualidad que se hable en nuestros días de comida chatarra y de comida rápida. La consecuencia de todo ello es que una gran parte de la población padece enfermedades por no alimentarse debidamente, que en no pocos casos es también obesidad.

Tal vez como reacción pendular frente a este fenómeno se ha entronizado, desde hace algún tiempo, la cultura del cuerpo. Se está imponiendo, por desgracia, una especie de racismo estético que lleva a todo aquel que no entra en los cánones marcados a sentirse inferior. Lo malo es que este desvarío estético, en el que estamos sumidos, no es inofensivo: está provocando graves enfermedades como la anorexia y la bulimia, en las que unas dietas exageradas y prolongadas acaban provocando serios trastornos de la mente, de los que cuesta salir mucho más de lo que se piensa.

Pero no sólo nutrimos erróneamente nuestro cuerpo. También nos estamos equivocando al alimentar nuestro espíritu. En lugar de suministrarle verdadero alimento espiritual, esto es la oración, la lectura asidua de la Palabra de Dios, vida sacramental y activa en la parroquia, le damos alimento, generalmente a través de los medios de comunicación: televisión, internet y celulares con  unos contenidos de ínfimo nivel cristiano en los que prima la vulgaridad y el sensualismo. Lo cual implica que el principal alimento que recibe nuestro espíritu sea también chatarra, provocando con ello la obesidad del espíritu.

Sin embargo, a diferencia de la corporal, la obesidad del espíritu no la vemos. Y lo que es peor: cuanto más obeso es nuestro espíritu, menos caemos en la cuenta de que lo es. Es como si la basura de la que alimentamos nuestra mente fuese tejiendo cataratas que nos conducen inevitablemente a la ceguera y pereza espiritual. Tal vez por eso es por lo que todavía no hemos reaccionado contra aquélla.

Si algún día llegamos a actuar con energía contra nuestra obesidad espiritual, no deberíamos caer en el mismo error que con el cuerpo. Porque no se trata de poseer un espíritu delgado, sino tan sólo un alma bien alimentada y espiritualmente saludable, que nos permita saborear las obras del espíritu llenas de contenido y bien hechas. Oportunidades de hacerlas hay, y en abundancia.



P. Roberto Escalante

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy buena nota! La lucha de la carne y El ESPIRITU ! Parece que esta ganando la carne! Ya que solemos darle todos los gustos que nos pide! Y cuanto toca alimentar El ESPIRITU , pues los pretexto, el sueño y muchas cosas mas nos lo impide!
Pienso que desbemos trabajar mas en lo mas importante! ACORDAOS HERMANOS QUE UN ALMA TENEMOS Y SI LA PERDEMOS NO LA RECOBRAMOS!!! Saludos y bendiciones, Evita Rios!

 
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