Se tiene como costumbre
reflexionar, en este Segundo Domingo de Pascua, la figura del apóstol Tomás y su
incredulidad. Sin embargo hay algún matiz que es bueno hacer notar: a pesar del
anuncio de la resurrección de Jesús los discípulos siguen con miedo.
El evangelista evoca en
pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a “anochecer”.
Su miedo les lleva a cerrar bien todas las puertas. Solo buscan seguridad. Es
su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús en aquel
momento de temor.
¿Qué nos dice esto? No basta
saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual.
A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentir a
Jesús vivo en medio de ellos. Solo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad,
se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.
Los discípulos “se llenan de alegría al ver al Señor”. Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible “ver” a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que solo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
Los discípulos “se llenan de alegría al ver al Señor”. Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible “ver” a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que solo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros
mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús
está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda
reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es “Palabra
del Señor”, pero a veces solo escuchamos el chiste que dice el predicador.
En la Iglesia siempre
estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros.
Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de
no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones,
costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.
Tal vez, nuestra
primera tarea sea hoy “centrar” a Jesús en nuestras vidas y reuniones cristianas. Él está vivo y presente entre nosotros
¿Somos capaces de verlo en medio de nuestras reuniones litúrgicas?
P. Roberto Escalante
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