El evangelio nos ofrece una dura crítica de Jesús a los escribas y fariseos, porque hacen todo sin pureza de corazón. Detrás de su celo por la observancia de la ley se esconden intenciones inconfesables, ya les dirá el Señor en otras ocasiones: ¡Hipócritas!
A veces las palabras son reveladoras. En la antigüedad, "hipócrita" designaba tanto al adivino como al actor, es decir, al que dice palabras que no son propias. Pero, bajo la influencia del arameo, no tardó en designar, en la Biblia, al hombre que desempeña un papel sin comprometerse. ¿Ocurrirá esto siempre entre los cristianos? Tenemos fe pero no queremos comprometernos... En este sentido, Jesús es todo lo contrario del "hipócrita". Todo lo que dice es suyo, y lo hace centro de su propia vida. Se compromete en el servicio, hasta humillarse, en favor de los hombres.
“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. En estas palabras, precisamente, se condensa el mensaje bíblico de este trigésimo primer domingo del tiempo ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de sacrificio y humillación que es propio del cristiano y, en especial, del sacerdote. Ya en el siglo V a.C. el libro de Malaquías amonestaba a los sacerdotes que no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han hecho tropezar a muchos. Todo lo contrario a estos sacerdotes es el testimonio de Pablo en la evangelización de Tesalónica: él se preocupa de los fieles como una madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar el evangelio, sino su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo, para no ser gravoso a nadie. Se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino como es en verdad, como Palabra de Dios. Pablo es el apóstol que sabe humillarse y por eso es enaltecido.
Humillarse en el servicio a los hermanos. Comprometerse según lo que somos: cristianos.
P. Roberto Escalante
0 comentarios:
Publicar un comentario