Llamados a trabajar en la viña del Señor (Mt 20, 1-16)

La parábola que este Domingo meditamos es básicamente una invitación a trabajar en la viña del Señor ¿Cuál es esa viña en la que debemos trabajar? Obviamente la Iglesia.

Dios sale una y otra vez a contratar jornaleros para su viña. Nadie, al final de los tiempos, podrá decir que no fue llamado por Dios. Es cierto que esa llamada puede ocurrir en las más diversas circunstancias, en las épocas más dispares de la vida. Pero nadie, repito, se podrá quejar de no haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender el Reino de Dios.

Puedo afirmar, incluso, que esa llamada se repite en más de una ocasión para cada uno. Hay momentos en los que nos parece haber perdido el rumbo dentro de la Iglesia y de pronto se comprende que nos estamos desviando. Resuena entonces, de forma indefinida quizá, la voz de Dios para indicarnos que hay que recuperar el rumbo perdido y volver de nuevo a la viña, donde nos espera un salario.

Otra lección importante que se desprende de esta página evangélica es la de saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos jornaleros que protestaron no lo hicieron porque estaban descontentos del salario a recibir, sino de que los demás hayan recibido lo mismo.

Muchas veces nosotros, los que hemos sido llamados a primera hora por el Señor nos quejamos también de que los últimos reciban la misma recompensa. Deberíamos, en cambio, reflexionar en la gracia recibida de poder servir durante más tiempo a Dios, y ser los primeros en estar en su casa. 

En esta perspectiva, nadie tiene que sentirse más o menos que otro por lo que hace en la Iglesia. Lo único que importa es que cada uno haga todo y  bien lo que el Señor le pide, sin compararse con los demás ni ponerse envidioso porque el otro trabaja menos o brilla más. Lo decisivo no es si uno brilla más que los otros, lo decisivo es acoger el llamado de Dios y “trabajar” con el corazón en la viña del Señor.

Vamos a pedirle a nuestra Madre María que nos ayude a no desfallecer nunca en nuestra tarea de servir al Señor, y que lo hagamos siendo agradecidos del llamado recibido.

P. Roberto Escalante

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