Invitados a una fiesta (Mt 22, 1-14)

Compartir una comida es signo de fraternidad y de alegría. Cuando alguien celebra algo importante suele hacerlo con una comida. Eso hacemos, por ejemplo, cuando alguien se casa o cumple años.  

Algunas religiones imaginan la felicidad de la otra vida como una mesa llena de manjares a la que se sientan aquellos que han sido invitados. En el texto de Isaías de este domingo se anuncia un festín de manjares suculentos "para todos los pueblos". La invitación de Dios es, pues, universal. No hay duda de que Dios no hace acepción de personas, para El todos somos iguales, a todos nos invita a participar en su fiesta.

Sin embargo, tal como se expresa en la parábola de los invitados a la boda, no todos responden positivamente a la invitación. Los primeros invitados no quisieron ir a pesar de la insistencia del rey que les ofrece terneros y reses cebadas. Se nos dice que uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios… ¡Cómo se parece esta parábola a la actitud de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo a quienes la utopía de lo material les llena sus bolsillos y vacía su espíritu.

Pero la invitación sigue en pie y hay otros que responden tanto buenos como malos. Pero no todos llevan el vestido de fiesta. ¿Cuál será este vestido? Este vestido se configura tanto a la gracia y a las buenas obras.

Examinemos cómo celebramos nuestras Eucaristías. ¿Vamos vestidos de fiesta, es decir con corazón dispuesto?, ¿se nota que estamos celebrando la alegría de nuestra fe?, ¿estamos en comunión con el Señor y con los hermanos?, ¿nos damos cuenta de que la Eucaristía nos compromete a ser constructores de un mundo donde reine la justicia y el amor? Si no es así, es que no tenemos puestos el traje de fiesta adecuado.

P. Roberto Escalante

0 comentarios:

 
Parroquia San Miguel de Ilobasco © 2011 | Volver arriba