Este lunes 15 de agosto, la Iglesia Universal celebra la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, recordando que la Madre de Jesucristo fue llevada en cuerpo y alma al cielo. Este mismo día, en nuestra Parroquia se ha celebrado una Santa Misa Solemne para celebrar dicho acontecimiento.
“La Asunción de la Virgen, nos afirma que sólo una vida abierta a Dios, podrá encontrar su gozo eterno, alcanzará su realización plena en la experiencia trascendental del encuentro con Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza”, señaló el Padre Eliseo, párroco de la comunidad, en la homilía.
“Esta fiesta de la Asunción –agregó el sacerdote- que celebramos cada año, nos dice que el cielo, que el Reino de Dios, no es ideal inalcanzable, ni mucho menos algo que tenemos que esperar vivir al final de los tiempos, sino que es una realidad que se da cuando cualquiera de nosotros es capaz de abrirse a Dios, a los demás y a sí mismo. María, como primicia de la humanidad, ya lo ha enseñado y lo está viviendo”.
“Esta fiesta de la Asunción –agregó el sacerdote- que celebramos cada año, nos dice que el cielo, que el Reino de Dios, no es ideal inalcanzable, ni mucho menos algo que tenemos que esperar vivir al final de los tiempos, sino que es una realidad que se da cuando cualquiera de nosotros es capaz de abrirse a Dios, a los demás y a sí mismo. María, como primicia de la humanidad, ya lo ha enseñado y lo está viviendo”.
La Solemnidad de la Asunción de la Virgen María recuerda que la Madre de Jesús “terminado el curso de vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo”, como lo afirma el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 59). Es decir, que María, a diferencia del resto de los seres humanos que mueren en gracia de Dios, fue llevada al cielo incluso con su cuerpo, creencia milenaria y graficada en una larga tradición iconográfica. Esta creencia fue concretada en el dogma de la Asunción de María, del 1 de noviembre de 1950, definido por Pío XII. En él afirma que el cuerpo de la Virgen fue glorificado inmediatamente después de su muerte, sin esperar para ello, como el resto, el fin de los tiempos. De esta forma, el cuerpo de María, que llevó en su seno a Jesús, no experimentó la corrupción.
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